La incursión de la mujer en el deporte surge desde el año 440 a.C, en medio de la existencia ya en ese entonces de una sociedad machista.
Dicha manifestación con la mujer en la cultura del deporte se da en la antigüedad cuando debido a que por ser fémina no se permitía que ellas participaran en los Juegos Olímpicos incluso como espectadoras, ya que éstos eran un privilegio sagrado en el que solo podían los hombres.
Si alguna mujer era sorprendida era sentenciada a morir.
La única mujer que podía permanecer en Olimpia durante los Juegos era la sacerdotisa de la Diosa Deméter. Sin embargo, las mujeres participaban en Juegos exclusivamente femeniles que se realizaban en honor de la Diosa Hera celebrados cada cuatro años y en la que participaban las jóvenes solteras para correr 160 metros, una cuarta o sexta parte de lo que habitualmente corrían los varones.
Todas esas barreras y esas reglas la rompe Kallipateira, una mujer con valor y carácter de la Antigüedad griega, que ante la prohibición de presencia femenina en los Juegos Olímpicos (incluso como espectadores) se vio obligada a disfrazarse de hombre para entrenar a su hijo.
La mentira fue descubierta cuando, ante la emoción de ver ganar a su pequeño, Kallipateira perdió el disfraz, lo que le costó la vida.
Desde ese incidente, se prohibió a los asistentes vestir prenda alguna y fue por esa la razón de que en los juegos olímpicos griegos de la antigüedad, los hombres competían totalmente desnudos para descartar algún tipo de infiltración de alguna mujer.
Por ello, con jugar de ese modo se creaba una clase de barrera para que las mujeres en definitiva no se decidieran a jugar haciéndose pasar por hombres, ya que de ese modo no había manera de ocultarlo.
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